jueves, 19 de septiembre de 2013

ARTÍCULOS De épocas barrocas y mi boda en pleno siglo XXI

ARTÍCULOS

De épocas barrocas
y mi boda en pleno siglo XXI
DOMINIQUE SALAZAR LONDOÑO.
Periodismo y Literatura.
Presentado a: Alejandro Hernández.
Marzo – 2013
Fundación Universitaria INPAHU.
Facultad de Comunicación, Información y Lenguaje.


Fotografía: © Andrés Donoso. TRIBUTO. 1er Semestre.
Programa Técnico Profesional en Fotografía INPAHU. 2011-I
El velo blanco caía sobre mi rostro. Los nervios afloraban y me hacían llorar. No podía, no quería derramar ni una lágrima. Los sábados han sido mis días favoritos desde que tengo uso de razón, así que no iba a ser la excepción.
Me asomé a la ventana y observé el sol brillante sobre los árboles que daban a mi pent-house. Preguntas que llovían sobre mi cabeza son las que menos me dejaron tranquilizarme. Una de ellas, la más importante: ¿seré la protagonista de mi día? Que no fuera a ser de mi padre, quien gustosamente iba a pagar la ceremonia; ni de los invitados, quienes han de lucirse frente a sus enemigos políticos y económicos con sus mejores trajes. Dejé de pensar en todo aquello y me coloqué correctamente el vestido blanco.
-¡Vaya!-, exclamó mi madre.- Hoy es el gran día hija. No sabes lo felices que somos tu padre y yo, al verte tan bien con Daniel. Asentí, porque el nudo en mi garganta no me dejó articular palabra y sonreí.
Las horas, tan lentas como cuando eres niño y esperas ansiosamente el timbre para salir a descanso, se me hacían eternas, misteriosas, fantasmagóricas. Ya eran las 5:30 de la tarde. Aun había sol, y las sombras de los edificios proyectaban figuras gigantescas, mientras  recorría la distancia entre mi casa y la iglesia. Mi padre escogió el lugar. Debo admitir que tiene buen gusto, aunque el Templo de San Agustín no es de mis favoritos, siento respeto y admiración, más no cariño, elemento fundamental para celebrar mi boda.
Piedras cuadradas, grises y pesadas enmarcaban la entrada. La multitud de invitados, alrededor de 700, clavaron sus ojos en mí. Pero lo único en lo que pensaba era en no caerme. Claro está que mi padre no lo iba a permitir. Su poder iba más allá del Estado. Controlaba mi vida, la de mi madre, mi hermana y ahora le permití la de mi novio. Mientras avanzaba por la alfombra roja, escuché la marcha nupcial. Sonaba diferente. Un momento… Por un instante pensé que conocía la melodía. La había oído si, pero en los discos que el procurador: la marcha de la Gran Misa de Coronación de Wolfang Amadeus Mozart. Irónicamente no pudo escoger otra partitura que a gritos entonaba su nombre, su personalidad y su carácter.
Mi novio me mira y sonríe. Es inevitable no devolverle el gesto y se me arruga la nariz. Leo los votos en latín porque así lo quiso mi padre. Ya ni recordaba lo que estaba escrito. Ya no importa. Tenía en frente al que es el amor de mi vida, mi esposo para siempre. Sentí la ovación y los aplausos a mi espalda. Me ruboricé. En un suspiro ya estábamos en la recepción. Qué rápido corre el tiempo cuando eres feliz. Cada uno de los invitados nos felicitó y posó para la foto de rigor. Mi padre, como una sombra, siempre estuvo ahí. Servimos la mejor comida, los comensales quedaron satisfechos, mis padres reían, más yo no podía pasar bocado.
Me sentí tele-trasportada a otro siglo. Donde las personas acudían a las bodas para establecer relaciones de poder. Donde en las que las elites dominaban el ambiente, la temática, la charla. Hacia las 11 de la noche, llegaron los músicos. La gran orquesta se encontraba en una esquina y entonaron Cali Pachanguero. Todos bailaban, reían y hablaban. Felices y emocionados por haber sido invitados por el mismísimo procurador. No cabían de la dicha.
Caras reconocidas, jefes militares, y hasta presidentes. Fue mi boda, pero estuve ausente. Estuve con ustedes y en pleno siglo XXI, pero extraña. Mi mente estaba como la iglesia, en el barroco. Antonio Caballero lo escribió en su artículo:  “Estaban ahí nerviosos, casi como si fueran colados, la novia y el novio casándose”. Fue un sentimiento intenso, discordante y profundo. Los invitados fueron a ver a mi padre. Muy pocos a verme a mí.
Después de bailar toda la noche, llegó el fin de la velada. Siendo las 4 de la madrugada, Daniel y yo nos retiramos. Estábamos muertos del cansancio. Mis padres y los demás la siguieron. Nunca supe a qué horas  acabó. Estaría amaneciendo.

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