lunes, 22 de julio de 2013

Artículos - Cientoveinte al Colorao

ARTÍCULOS

Cientoveinte al Colorao
“Una guerra de honor entre gallos”
Fundación Universitaria INPAHU
Periodismo y Literatura
Por: Lorena Pardo Martínez
Profesor: Diego Velázquez


En doce minutos está el reloj, el juez, acostumbrado al sangriento espectáculo, limpia los rastros dejados por los últimos contrincantes en el áspero tapete. Los asistentes, excitados por la sangre derramada en la última pelea, preparan las apuestas; en la habitación contigua, se pesa, se mide y se prepara a los gallos que completarán el cartel de la noche. Las escalinatas del lugar se llenan hasta el tope, cerca de treinta personas presencian la pelea, los gritos y alaridos no cesan, al igual que las invitaciones a apostar.
El reloj inicia su cuenta regresiva. Un tablero cuelga del techo, en él se ven dos limones para las espuelas envenenadas y sal para la buena suerte. Tras cinco saltos, los gallos están listos para luchar. El lugar huele a sangre. La mirada de los galleros es penetrante y hostil. Van dos minutos de pelea, y sin embargo, aun los dos gallos siguen en pie.
-¡Aquí no se juega la vida del gallo, se juega el honor del gallero! - dice uno de los apostadores.
-¡Ese gallo no pica, échele ají pa´que pique! - se le escucha decir a un hombre alto y de apariencia humilde.
La adrenalina es cada vez más alta, los espectadores chiflan y lanzan besos para animar a sus gallos. El juez separa a los gallos enredados por sus propias espuelas. El conteo sigue su curso, la gente vocifera y blasfema cuan partido de la Selección Colombia. Ya van cinco minutos del espectáculo, una señora entra y reparte la picada tradicional de los campos de tejo; papa criolla, morcilla, carne de cerdo, chicharrón y papa salada, pareciera recién salida de la olla con aceite.  Unos comen mientras otros botan sus platos al piso por la emoción del entretenimiento. Las apuestas siguen su rumbo, ahora por el Colorao se duplica la cifra.
-¡Apuesto ochenta al Colorao, apuesto ochenta al Colorao! – grita un hombre de aspecto hostil y desafiante, y que al parecer es un gran apostador.
El hombre se emociona al ver que otro asistente le acepta la apuesta y para sellar su trato le da la mano al apostador. Con un simple guiño de ojo, de escalinata a escalinata muchos aseguran sus apuestas. Con cerveza en una mano y los billetes de diez, veinte y cincuenta en la otra, muchos se divierten, gozan de tal espectáculo. El Colorao se rinde. Se echa en el piso sin poder mover ninguna parte de su cuerpo. El contrincante arrastra sus patas y cacarea. Eleva sus alas como si quisiera que lo aplaudieran por su victoria. Da unos pasos adelante y el Colorao se levanta como quien tratase de truncar la victoria de su oponente. Se recuesta en el palenque y cacarea una y otra vez. Su enemigo se acerca. La multitud se acelera. Grita, vitupera; el gran apostador escupe sorbos de cerveza en el campo de pelea. Seguramente es otro de sus agüeros.
-¡Ese gallo está chamaniao! – grita el hombre con gran alegría, pues cree que éste podría estar bendecido por un brujo.
-¡Yo le apuesto ciento veinte al Colorao! - dice el gran apostador emocionado.
El valiente gallo no espera a su enemigo. Lo ataca a picotazos en el cuello tal vez sabe que después de esta pelea su premio será la vida hasta el próximo combate. Colorao da saltos sobre la cabeza de su contrincante y como estocada final su espuela acaba en el cuello del que no tiene nombre.
La multitud se inquieta. Los de primera fila entran al campo. Los galleros levantan sus gallos mientras que los apostadores pelean entre sí por no ser un combate justo. Se empujan. Se escupen y se lanzan insultos. Pero no pasa nada.


En el campo de tejo se preparan los “doctores”, cinco mesas distribuidas en línea recta, una vela prendida, cinta quirúrgica de tela y navajas; los galleros llevan a sus gallos para prepararlos, el “doctor” instala las espuelas, unas de oro otras de bronce, utiliza la parafina para asegurarlas y la cinta quirúrgica para amarrarlas; el gallo está listo, pesa 2.5 Kilos y mide 45 centímetros, el gallero lo guarda en su jaula pues no ha llegado su contrincante.
Son las 11:35 de la noche, los galleros socializan entre sí al ritmo de “chente” y aguardiente Antioqueño tapa roja. Las mujeres no pagan la entrada y sin embargo no llenan el campo. La temperatura aumenta, el calor es insoportable, el olor a humanidad y sangre de gallo se mezcla y no falta el humo del chicote.
Los asistentes se dirigen al campo, emocionados por la próxima pelea entran en total calma, el juez anuncia que el Colorao va por la revancha. Unos se alegran, otros simplemente aplauden. El dueño del gallo campeón es un hombre corpulento, con chaqueta de cuero, reloj de oro, cadena en pecho abierto y anillos en seis dedos, de abundante cabellera y vistos de edad pero con un peinado sutil, botas con espuelas de plata como los gallos. Acompañado de su gallo, se dirige sonriente al campo de pelea, Colorao recién bañado y muy animado empieza el picoteo con su contrincante, esta vez, un gallo más pesado y más grande que él, pero él no se intimida. El gran apostador desafía a la multitud:
-¡Le doy a doscientos y le encimo mi mujer!
La gente ríe y muchos aceptan la apuesta, la mujer vocifera:
-¡Seeentate idiota! – dice la mujer caleña, y enfurecida lo hala de la camisa para sentarlo.
Son las 12:15, los ánimos están arriba. Sueltan los gallos. Colorao cae primero a los cuarenta segundos ¿y el ganador? su contrincante. El juez anula las apuestas y el gran apostador se queda con su mujer.
Termina una gran noche de apuestas. La multitud se dirige a sus mesas, ahora la apuesta se juega en el campo de tejo con picada de gallina, jeta de marrano y morcilla, y por supuesto, cerveza fría la especialidad de la casa.
Entre juego, risas, cerveza y piquete, Rómulo Tauta, asistente de la gallera, recuerda cuando su padre lo llevó por primera vez a una pelea de gallos en “Zipa”, abreviatura utilizada por la gran mayoría de los habitantes para resaltar y recordar al cacique Zipa que se estableció en la meseta de Zipaquirá con los muiscas.
-¡Mi taita me dijo: Tranquilo mijo, no vamos pa´onde la putas, vamos a peliar con el gallo, y si lo matan, le decimos a su mama que nos haga un sancochito!
Rómulo, con la mirada perdida en los lanzadores de tejo y su acento pueblerino y arrebatado relata su historia.
-“Yo asustao. Claro. Pensaba: que “pecao” ver a esos pobres animalitos matarse, pero como era mi papá me tocaba ir. Además porque era el gallero más respetao del pueblo y si hacía mala cara me daba en la jeta como siempre” – dijo Rómulo Tauta con expresión cómica en su rostro.
Luego agregó mirando a los tejistas ebrios y sonriendo continúa.
-“Él estaba acostumbrado a hablar de gallos cada vez que le daban la oportunidad. En el desayuno, gallos. En el almuerzo, gallos. En la merienda, gallos, ¡a todo rato gallos, gallos, gallos!; llegó un momento en que dije: - al carajo!, pa´su mierda con los gallos! - Y la vida me voltió la arepa.
Su mirada se pierde en las piernas de la mesera que pasa frente a él. Ella con una minifalda color rosa, medias veladas, tacones negros siete y medio y un par de largas y gruesas piernas. Tauta emocionado por la mesera, tal vez, o por la historia prosigue.
-¡Cuando cumplí cuatro quinquenios, ósea veinte años por si no entiende mi forma de hablar; mi taita me regaló de cumpleaños un gallo disque de pelea, pero ese gallo era muy manso; lo puse en el corral de las gallinas a ver si por lo menos pisaba alguna y tampoco. Un día, uno de mis compadres del pueblo me dijo: - ¡Rómulo, apuesto veinte pesos a que ese gallo “amanerao” no le gana al mío!, yo “picao” por la apuesta se la acepté, ¡y como no que mi gallo le ganó a ese galliforme!, porque ni parecía un gallo, era un gallo con poca casta. Yo me gané veinte pesos. El gallo, un nombre. Al campeón le puse Agustín. Después de ese día le cogí tanto cariño al gallo y a la plata que me quedó gustando!
El gallero baja la cabeza mientras seca sus lágrimas con un pañuelo amarillento y agujereado que saca del bolsillo de su camisa. Su voz entrecortada intenta musitar palabras.
-¿Sabe quién me regaló este pañuelo?... Mi padre que en paz descanse, pero no lo mire feo que este pedazo e´ trapo me ha acompañado muchos años. Perdone que me ponga sensiblero pero todo lo que sé, se lo debo a mi taita.
Con el pañuelo mojado de lágrimas, sus ojos perdidos en el lugar y un gran suspiro dice:
-“Él murió cuando yo tenía veintiún años, me dejó solo con mi mamá y mis cuatro hermanos menores. ¿Qué me tocó hacer?, dedicarme a lo único que sabía hacer, lo que mi taita me dejó por herencia. Criar y apostar gallos. Fue así como a las malas me tocó aprender los saberes del deporte”.
En la Antigua Roma se disfrutaba de estas peleas para desafiar la valentía del gallero. Esta práctica lleva más de 3.500 años de antigüedad en el mundo.
-“Si, deporte, porque el único que suda, que se lastima y que gana o pierde no es solo el gallo, esto es una apuesta a la honra del gallero; si su gallo pierde, no pierde él, pierde uste por no escoger un buen gallo pa´peliar. Además, cualesquier gallo no sirve pa´ ser gallo de pelea, eso es genética. Hay quienes hacen esas cosas de clonar las razas de los gallos pa´ hacerlos más fuertes y más grandes, pero no sirve de nada si no los entrena”
Se dice que en países como China e India ya se realizaban estas prácticas hace 2.500 años y por supuesto los conquistadores españoles trajeron a América este deporte tradicional.
-Aquí me dice la gente “don Rómulo”, pero como uste me cayó bien, dígame “Tauta”, ¡si viera que tan bonito es este apellido!
Tauta continúa su relato después de beber un sorbo de cerveza tibia y comerse la última papa criolla que le quedaba en el plato de la picada. Enciende un chicote de Piel Roja y dice:
-¡Mire, aquí el tema de las apuestas es complicao pa´l que viene por primera vez. La palabra de un gallero es tan válida como una letra de cambio. ¡Juepuerca! muchas veces se han ido a los “totes” por plata o por que le envenenaron el gallo. Eso es ilegal en la riña y el juez se cura en salud enterrando las espuelas de los gallos en un limón para matar cualquier veneno!
El juez debe revisar a cada gallo que pelea y se sabe cuando un gallo tiene veneno porque su contrincante toma color verde-azul en la parte superior de las patas y se debilita fácilmente. El limón es utilizado para cortar cualquier sustancia venenosa en los gallos.
-“También existe la pelea a talón desnudo que es como una novillada. Los gallos pelean sin los espolones y quedan con un cachito de uña que no hace mayor daño. Eso lo hacen para entretener en las ferias y fiestas de cada pueblo”.
Él se acomoda en su silla, pide otra ronda de cerveza pero esta vez fría. Saca del bolsillo de su llamativo carriel, el último chicote de Piel Roja que le queda en la cajetilla y mientras lo prende con un cerillo dice:
-“Yo sinceramente llevo muchos años en este negocio. Saqué adelante a mis hermanos y velé por mi viejita que aun vive. Hoy tengo la platica que no me falta gracias a mis gallitos pero me ha tocao irme pa otras ciudades porque hay gente que no sabe perder, se creen la vaca que más caga pero tienen gallos de poca casta. Lo que pasa es que la gente no ha entendido que cualesquier gallo no puede ser gallo de pelea y cualesquiera no puede ser gallero y van repartiendo bala a diestra y siniestra como político repartiendo lechona en campaña. Por eso no traigo a mis hijos, pa´ no tener que heredarles lo que no es pa´ ellos”.

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