viernes, 25 de julio de 2014

Especiales ¡¡¡Álvaro Uribe Vélez, es un neopopulista!!!

Especiales

¡¡¡Álvaro Uribe Vélez, es un neopopulista!!!

Por: Adriana Raballaty Parra
Docente Facultad de Comunicación, Información y Lenguaje
Coordinadora del Área de ciencias sociales y humanas
Politóloga Universidad Nacional de Colombia
Magister en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Salamanca
Si bien, el populismo es una de las temáticas que más se han trabajado en la teoría política,  esta no pierde vigencia, ya que, siempre tendrá una interesante arista por el cual abordarlo nuevamente; no obstante, sigue siendo un término indefinido e impreciso, lo cierto es que nadie se pone de acuerdo sobre lo que el populismo significa, y como lo plantea Moscoso, “el populismo no da para tanto, ni para tan poco”. (Moscoso, 1990:25). Pero, lo que es claro, es que el populismo ha sido parte fundamental en el proceso de democratización en América Latina (Freidenberg, 2007: 9).
Se habla de populismo en Latinoamérica, desde los años 30, a razón del cansancio y de las contradicciones del Estado oligárquico y de las crisis económicas.  Durante la primera etapa de desarrollo del populismo (1930-50), pese al estímulo en el sentido de inclusión social, de permitir la incorporación de las clases populares al sistema político y de despertar la conciencia e identidad nacional, no se tuvo éxito en mantener un equilibrio permanente; no modificó estructuralmente elstatu quo, impidiendo una modificación real de la estructura social; las reformas impulsadas por sus líderes fueron limitadas.

Imagen tomada de crítica marxita-leninista

Es decir, el populismo que se estaba emprendiendo en esos años en latinoamericana parecía terminar, pues los fracasos de líderes y gobiernos de esta tendencia colapsaron, debido a que no se pudieron consolidar las reformas que habían planteado. Pero a pesar del infortunado contexto para los populismos tradicionales de esa época, en la década de los noventa, se comienza a dar una nueva oleada populista llamada de “tercera generación” o “neopopulista”, que logró adaptarse gracias a su discurso, estilo y estrategias al contexto de la globalización.
Estos nuevos populistas1, accedieron al poder en situaciones de tensionamiento de la gobernabilidad, vacío de liderazgo y crisis socioeconómica, adoptando rasgos políticos del viejo populismo latinoamericano en cuanto a la forma de  hacer política, liderazgo, carisma personal y discurso, pero adaptándolo al nuevo contexto mundial. (Freidenberg, 2007: 121).


Se podría llegar afirmar que, el neopopulismo es un fenómeno de primer orden en el escenario político de América Latina. Llega como una “nueva” forma de representación e identificación política a partir de la deslegitimación de las instituciones políticas tradicionales. La crisis de representación, la debilidad del régimen democrático y la caída del modelo del proteccionismo por parte del Estado, llevó al “resurgimiento” de líderes populistas que, gracias a su carisma personal, venían a restituir el orden perdido.
Es decir, el populismo no desapareció, sino que se transformó y adquirió nuevos rasgos que le permiten adaptarse a los actuales escenarios histórico-políticos, sin dejar de lado, los atributos que conceptualmente lo caracterizan. Pero para hablar de neopopulismo es necesario definir el concepto de populismo.
NEOPOPULISMO: UN POPULISMO ‘RECARGADO’
El neopopulismo, es una variante actual del populismo tradicional marcado por la preponderancia del líder carismático, en donde la política personalista y anti institucional se deriva de una cultura política patrimonialista, el discurso neopopulista rompe con una vertiente sustancial del populismo tradicional abandonando el antiimperialismo, la política de estatización de la economía, la estrategia del desarrollo hacia dentro y pone en relieve la reducción del Estado, la privatización y el desarrollo de economía orientadas a la exportación. (Mayorga, 1995: 28).

Imagen tomada de lalineadefuego.info

El fin del neopopulismo, se centra en una dimensión ideológica de legitimación que no está lejano del régimen democrático representativo, sino más bien se nutre de él para colocar en el centro de la política al líder, como personificación de la voluntad popular y símbolo de la unidad existente entre el Estado y el pueblo, es decir, la política neopopulista concentra el poder en manos del presidente y emplea métodos de gobierno que prescinden de las organizaciones partidarias y deprecian su rol dentro del sistema político.
Sin duda alguna, hay que decir que el populismo ha sido el fenómeno político más importante de América Latina durante el siglo XX y uno de los términos de mayor debate en la discusión académica dentro y fuera del continente (Basset 2006:40). En la última década se ha producido un cambio notable en las formas de hacer política, aunque necesarios e insustituibles para el ejercicio del poder político, la competencia electoral y la formación de gobiernos, los partidos políticos parecen que han dejado de ser las únicas estructuras de mediación de los intereses sociales.
Y como lo plantea Laclau,  el populismo sigue siendo un concepto complicado de definir, ya que no hay un significado único, sin embargo trata de explicar que es una variedad de movimientos políticos, que intentan comprender las realidades políticas e ideológicas (Laclau, 2005:15). Terminando este concepto por transformarse y redefinir y acoplar al populismo a hechos más modernos, puesto que del populismo clásico se desprende una variante liberal o neopopulista, luego comparten ciertas características2, pero se diferencian dependiendo del escenario político donde se expongan.
Es decir, el neopopulismo viene a ser un fenómeno que dentro del escenario político de América Latina, se instaura a partir de ciertos hechos, que lleva al resurgimiento de líderes, que por medio de su carisma se perciben como “salvadores” de la nación. Otros creen que es una “categoría para caracterizar las nuevas manifestaciones políticas que se presentan en los distintos países. El término se ha utilizado también para referirse a gobernantes que han puesto en práctica la agenda neoliberal, aunque recurriendo a prácticas propias del populismo histórico”3
Y teniendo en cuenta que, la  democracia en América Latina en las últimas dos décadas, se ha basado en el supuesto central, de que está seriamente amenazada por procesos de desintegración política y anomia social, dado a la deslegitimación de los partidos, la crisis económica, las reformas del Estado; lo que lograron crear condiciones de poca gobernabilidad, llevaron a la reciente tendencia del populismo latinoamericano.

Imagen tomada de eltiempo.com

Si bien, hay un retorno del populismo, y en particular a la región andina (la de mayor inestabilidad política de América Latina) refleja que el proceso de construcción de la democracia y del Estado, aún no ha concluido, y existen factores para postular el porqué de esto, en donde se sostiene que la causa del populismo en América Latina es su historia colonial, puesto que la tradición iberoamericana fomenta el clientelismo, el patronazgo, la corrupción y los vínculos personales de poder en detrimento de la democracia representativa, la extrema dependencia externa de las economías latinoamericanas ha impedido el desarrollo de sociedades democráticas con bienestar social, y la debilidad democrática de la región a través de la crisis de la democracia representativa y particularmente del sistema de partidos políticos y de las instituciones del Estado.
Se debe aclarar que, el populismo latinoamericano no es un sinónimo de autoritarismo, sino que se encuentra en medio de la democracia y el autoritarismo y utiliza ambos conceptos para mantenerse en el poder, pues si bien, los populistas son elegidos democráticamente y viven del apoyo popular, es claro que si así no fuera, pierden legitimidad y muchas veces el poder si no cuentan con el respaldo de la mayoría de la población. La democracia hace parte del discurso de todos los populistas latinoamericanos, cuyo éxito y fracaso depende de su aprobación popular. Una Característica para destacar es que los populistas promueven la comunicación mediática con el pueblo, los mecanismos electorales, las consultas populares que son sus principales instrumentos de legitimación democrática (Basset, 2006: 37).
Asimismo, es tal la identificación entre líder y pueblo, que terminan reforzando en este sentido, la democracia. Pero suelen crear sus recursos de poder al margen de las instituciones de mediación democrática y, sobre todo de los partidos políticos. Como lo plantea Freidenberg en su libro la tentación populista, “el populismo se redefine como estilo de liderazgo, caracterizando por la relación directa, carismática, personalista y paternalista entre líder-seguidor; que no reconoce mediaciones organizativas o institucionales, que habla en nombre del pueblo y potencia la oposición de éste a los otros, donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder y creen que gracias a ellas, a los métodos redistributivos y/o al intercambio clientelar que tienen con el líder (tanto material como simbólico) conseguirán mejorar sus situación personal o la de su entorno”4.
Es evidente que el populismo siempre ha tendido a sustituir las instituciones democráticas por un líder fuerte que promete soluciones ‘rápidas’ basadas en lealtades personales sin recurrir a estructuras formales. Teniendo una posición anti-partidos se suele reflejar en el enfrentamiento entre gobierno y parlamento, con esto terminan por generar un debilitamiento de las instituciones democráticas, pero un aumento de su función mediática.

Imagen tomada de miblogota.com

Así, el populismo refleja una cultura política que confía más en el liderazgo personal que en las instituciones democráticas del Estado, que no son percibidas como instancias que garantizan derechos, sino como parte de la lucha por el poder político. Hasta cierto punto, el populismo latinoamericano revela el fracaso de la democracia representativa real existente en la región y sugiere otro tipo de democracia directa o participativa.

¿URIBE EL ‘NUEVO CAUDILLO’?
Colombia tiene una de las tradiciones electorales más largas de Latinoamérica, ha sido gobernada solo por civiles y los gobiernos han hecho un uso limitado del poder, como casi todos los países de la región, tiene una justicia débil, un bajo ingreso per cápita y una pésima distribución del ingreso.
Dentro de la historia del populismo en Latinoamérica, Colombia es de los países que poco ha aportado, pues en apariencia el país no ha tenido líderes de carácter populista. Sin embargo, es posible identificar una figura dentro del caso colombiano y es a Jorge Eliécer Gaitán “el caudillo”, quien continúa siendo uno de los líderes más carismáticos que ha tenido Colombia, al nivel de haber sido comparado con Perón. Dentro de los planteamientos que manejaba, se encontraba la fuerte condena a la oligarquía Colombiana y su interés por el bienestar del pueblo,  lo que lo llevó a convertirse en una popular figura política de la época en el país. Su capacidad oratoria lo llevó a los palcos concurridos de la capital, ganándose la lealtad del pueblo. Con su muerte, se logró movilizar al pueblo colombiano de una manera decisiva.

Imagen tomada de blogcasadelahistoria

¿Por qué la ausencia de populismo en Colombia? derivado de un bipartidismo arraigado dentro de una cultura política bastante tradicionalista, donde históricamente los partidos tanto liberal como conservador han monopolizado el poder, bajo el control de la oligarquía del país. Bajo este contexto, el movimiento popular de Gaitán fue el resultado de una sociedad excluida, de los sectores medios de la sociedad colombiana, los cuales presionaban por participar en igualdad de condiciones. (Freidenberg, 2007:113).
El caso colombiano, nos muestra que no tuvo movimientos populistas para acceder al poder como en otros países latinoamericanos, dejando claro que ante el ascenso de las masas populares en la vida política o la amenaza de reformas radicales, el funcionamiento del sistema político bipartidista, con su mezcla de política tradicional y moderna y su legitimación electoral de corte clientelista, estuvo presente para evitar la irrupción, sin embargo, la presencia de grupos al margen de la ley surgía como una propuesta de reivindicación para los sectores que se sentían excluidos y marginados del sistema político.
Daniel Pecaut5, opina que la inexistencia del populismo se debe precisamente a la precariedad del Estado, al modelo privatizado de economía y la inserción clientelista de la población en la división creada por la subcultura bipartidista, que impidió la consolidación de una identidad nacional. Es decir, la incapacidad del sistema político colombiano para generar mayorías estables hizo difícil la búsqueda de soluciones para los profundos problemas sociales de Colombia, sobre todo la violencia rural y urbana.
Algunos rasgos de la precariedad que el Estado colombiano tiene es que no ejerce su autoridad en varias regiones del país, lo que deja el campo abierto a la deriva organizaciones como las guerrilleras, los paramilitares y otro tipo de grupos al margen de la ley. Pero la falta de autoridad estatal en esas zonas es solo un aspecto de la precariedad del Estado, que se fundamenta en su incapacidad para consolidar su influencia en la sociedad. Una incapacidad, que obedece a los intervencionismos económico y social que no encontraron en el país las condiciones suficientes para su desarrollo, la identificación con los partidos tradicionales como subculturas contradictorias y mutuamente excluyentes no daba lugar para “una imagen unificada de la Nación, ni para un Estado independiente de los partidos” (Pecaut, 2001:35).
En un contexto de sistema democrático inestable, caracterizado por un bipartidismo en proceso de deslegitimación y descomposición, la llegada en 2002 del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, representaba un nuevo liderazgo, una nueva visión de lo que había sido hasta ese entonces la política colombiana.

Imagen tomada del www.flickr.com de Álvaro Uribe Vélez

La democracia «participativa» y la implantación de una economía de mercado, durante el gobierno de César Gaviria como parte de un modelo no solo de apertura económica, sino política también, planteaba desde la economía, una apertura comercial, libre movimiento de capitales, desmonte de las funciones socioeconómicas del Estado y un equilibrio fiscal; y en política, la intermediación entre el Estado y la sociedad civil, dentro de una democracia directa llamada a mejorar el ejercicio de la política.
Sin embargo, este proyecto al inicio no tuvo los resultados esperados, y doce años después, con la propuesta de un Estado comunitario, Álvaro Uribe Vélez desarrolló este modelo, su gran aceptación dentro de la población, representa con singularidad la reciente tendencia del populismo latinoamericano. Un modelo que se afirma, dentro de la democracia refrendaría, apoyada por los medios de información, y de la inclinación plebiscitaria de la democracia participativa y directa, que en este caso se hizo evidente con el referendo de 2003, además de esa interacción de líder-pueblo notoria a través de los consejos comunales de gobierno que el presidente encabezaba cada fin de semana.

Se ha dicho que no son neopopulismos los liderazgos políticos neoliberales, más sin embargo, el neopopulismo adopta un modelo económico que, a diferencia del populismo clásico, el Estado promueve el desarrollo e integra las masas a la política. Que gracias al liderazgo por parte de un líder carismático, lleva al país a una modernización por la vía de la industrialización olvidando la función mediadora de instituciones y partidos, teniendo relación directa con el pueblo. (F. Freidenberg, 2007:122).

Es interesante observar que aunque el populismo es policlasista, moviliza a las masas sobre un eje de confrontación pueblo-oligarquía. Es decir, con un discurso emocional, redentorista y maniqueo, la fascinación por el líder compensa las carencias de una ideología difusa y frágil. (Moscoso, 1990, 240).
Se encuentra en el régimen de gobierno, al populismo clásico, como redistributivo, hasta el nivel de comprometer la estabilidad de la economía, levanta la infraestructura del desarrollo y construye un imaginario nacionalista y democrático. Mientras que, el neopopulismo, en cambio, menosprecia las instituciones, presume de anti político y busca nuevos escenarios de participación y decisión. Dentro de esta segunda categoría de análisis se podría ubicar al ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, ya que en su mandato se encuentran algunos rasgos de neopopulismo. Aparece como un “nuevo caudillo”, con un liderazgo paternalista y personalista que desconfía de los partidos y organizaciones políticas, puesto que ponen en peligro su poder y su capacidad de mando” (Patiño, 2007:253). Es así como el país empieza un nuevo proceso político, que va transformando las iniciativas democráticas en proyectos que tienen como intencionalidad una relación más directa entre el pueblo y el presidente.
Como gobierno de opinión, el neopopulismo trabaja el caudal electoral en la crítica de las fuerzas organizadas de la sociedad, de los órganos de representación popular y de la clase política. Los partidos se ven desplazados por el liderazgo presidencial patrocinado en los medios de comunicación. A partir de lo anterior, se puede llegar afirmar que el ex presidente Uribe, tuvo un cuidadoso marketing mediático, que creó la ilusión de una relación más directa y transparente con la ciudadanía, discursos de anti corrupción y politiquería, eran la forma de generar aceptación dentro de la población.
Mientras el populismo amplía la participación del pueblo en la democracia, el neopopulismo coquetea con la dictadura plebiscitaria, o se reduce a una democracia delegataria, entendida como aquella que desmonta las instituciones o las manipula y extrema la concentración del poder.

URIBE ¿POPULISTA O NO POPULISTA? HE AHÍ LA CUESTIÓN
Si bien, el fenómeno neopopulista, tiene como medio de persuasión al discurso fuerte y como consecuencia debilitar las bases democráticas para acabar con las crisis. Si aplicamos estos principios a la realidad colombiana, encontramos que el presidente Álvaro Uribe quería mantener la cohesión de los colombianos a partir de su figura fuerte, carisma personal e imprescindibilidad.
Dentro de la política colombiana que ha estado marcada por una fuerte ausencia de populismo que ha significado uno de los principales factores explicativos del surgimiento y permanencia de la situación de violencia política y social experimentada en el país en las últimas décadas. A partir de esto, cualquier análisis sobre una experiencia populista o neopopulista en Colombia requiere tener en cuenta como antecedente la ausencia de populismo en la historia del país.
De acuerdo con lo planteado por Pécaut (2001:47-48), la realización del populismo en Colombia fue obstaculizada por tres grandes factores: 1) un alto grado de fragmentación social,  que hace referencia a las características del territorio, la coexistencia de diferentes centros urbanos de importancia y el mantenimiento de innumerables zonas sustraídas al control del Estado, 2) la división partidista transmitida de generación en generación y, por último, 3) la gestión privatizada de la economía.
Es decir, la ausencia de populismo en Colombia se encuentra fuertemente relacionada con una marcada tradición constitucional y antimilitarista que, desde el siglo XIX, hundió cualquier posibilidad de consolidación de un fuerte liderazgo unipersonal. En otras palabras, “la política, considerada como la sumatoria de prácticas locales abigarradas, mezcló diferencias e igualitarismos; conjuras, procesos electorales y guerras civiles; mucho panfleto y conversación pública y privada; todo encuadrado por el caciquismo y las lealtades de familia a la bandera roja y a la bandera azul. Localismos que hicieron naufragar a todos los hombres fuertes, comenzando Bolívar. Tradición que viene de la época colonial y de allí deriva sus notas de oligárquica, legalista y civilista”. (Galindo, 2007:155).
Es evidente que, ante el fracaso en las propuestas políticas de los tres gobiernos anteriores (Gaviria, Samper, Pastrana), los colombianos aumentaron el desinterés por la política y los políticos, quienes han sido incapaces de resolver las problemáticas que afectan al país, lo que explicaba el debilitamiento de las estructuras de representación políticas que existen en el país, agregando a esto las malas condiciones de vida, por múltiples factores económicos y de seguridad que tiene la población, toma relevancia el liderazgo de Álvaro Uribe.
Álvaro Uribe en su mandato quiso mantener la unidad de los colombianos a partir de su figura y carisma personal, porque como en el leviatán de Hobbes, la consolidación de la República puede efectuarse en torno a un jefe capaz de construir identidades y agregaciones políticas con base en vínculos de representación que se estructuran en torno a él. Es decir, el liderazgo de Uribe, se encuentra enmarcado en el principio de escenificación o representación que hace alusión al poder y la fuerza que por parte del estatista tiene sobre las decisiones que deben tomarse en el momento justo, con capacidad para interpretar las expectativas de sus seguidores, y con la convicción de señalar el camino que ha de recorrer el país.
Dado que, dentro de un contexto de “crisis” generado por el conflicto armado, la corrupción y la implementación del modelo neoliberal, para el cual Colombia no estaba preparado, la formulación de un programa político, que pretendiera la unidad nacional alrededor de uno de los temas más neurálgicos de la política interna colombiana que es la seguridad, y enfocada desde una posición democrática, que sumado con el liderazgo carismático y a la retórica contra las prácticas de clientelares de los partidos tradicionales en el país, le permitió a Álvaro Uribe, la aceptación del electorado y ubicarlo a la vez, dentro de los nuevos populismos emergentes en América Latina.
Si bien es cierto, a partir de su liderazgo personalista tuvo la capacidad de descubrir diversos instrumentos políticos y económicos para movilizar el apoyo del sector popular en medio de la crisis, a la vez que tuvo la compatibilidad con la implementación del modelo neoliberal.
A MODO DE CONCLUSIÓN…
El estilo de liderazgo político y la figura personal de Álvaro Uribe Vélez ha marcado una ruptura significativa con relación a sus antecesores y a otros importantes dirigentes políticos de Colombia, generando gran aceptación dentro de la sociedad, pues desde la campaña presidencial, fue evidente el uso de una serie de recursos mediáticos tendientes a presentar un proyecto de unidad nacional en torno a la lucha contra la guerrilla y a una resolución eficaz del conflicto armado. La idea de la recuperación de la autoridad estatal, del control a nivel interno, de generar una percepción de mayor seguridad para la población y lo más importante, que existía presidente en todo el territorio nacional, logrando capturar la atención de los seguidores quienes vieron en él, al líder que necesitaba el país, para salir de la situación de crisis en la que se encontraba sumergido en los últimos años.
A partir de lo anterior, y teniendo en cuenta las características que definen a los líderes populista, el ex presidente colombiano, se enmarcaría como un liderazgo populista teniendo en cuenta que su discurso se basó en el hecho de que conocía las necesidades de la comunidad y siempre pretendió efectivas e inmediatas soluciones.
Igualmente, es claro que el éxito de Uribe se enmarcó en una crisis de los partidos tradicionales y en un rechazo mayoritario de la población al poco cumplimiento en las promesas electorales; representando un avance en materia de cultura política moderna y una oportunidad para la superación de la crisis de representación política que aquejaba al país.
Finalmente, a Uribe se le enmarca como populista o neopopulista, dado que es evidente la  personalización de su mandato político, dentro de un contexto de “crisis”, por su interés de mantener la democracia y del modelo neoliberal de desarrollo, capaz de dar cuenta de la situación de inestabilidad política e incertidumbre que ha caracterizado la trayectoria del país en los últimos años.
En otras palabras, al juzgar el liderazgo del ex presidente colombiano, como una tendencia política de carácter “neopopulista” se corre el riesgo de desconocer las realidades que se ocultan bajo una figura carismática, con claros visos de autoritarismo, y con un heterodoxo programa de redistribución económica, que puede llevar a caer en el simplismo conceptual con el que se confunde siempre al populismo. Teniendo en cuenta la anterior consideración, es necesario para hablar de neopopulismo definir el concepto de populismo.

1. Menem, Fujimori, Salinas de Gortari, Collor de Melo, Bucaram.   “Se les denominó a estos líderes como neopopulistas, porque presentaban algunas características de los viejos liderazgos pero también porque tenían algunos rasgos nuevos. Se parecen a los populistas clásicos en el modo de apelar al pueblo, en los rituales relacionables, en el tipo de vinculo que establecían con sus seguidores y en la personalización del liderazgo, pero las políticas sociales y económicas, la base social en la que se apoyaban, el modo en que se relacionaban con las organizaciones intermediación de intereses o los partidos políticos, la manera de incorporar a los sectores que movilizaban y el tipo de modelo de desarrollo que impulsaban eran diferentes. Por tanto era parecidos pero no iguales.”  F. Freidenberg, 2007: 121.
2. “Patrón de liderazgo político personalista, una forma de movilización política vertical, una coalición de apoyo multiclasista basada en los sectores populares, una ideología ecléctica anti- establecimiento y el uso sistemático de políticas y métodos redistributivos y clientelares” L. Patiño, 2009: 178.
3. http://www.flacsoandes.org/web/imagesFTP/1233010525.1214258025_1_.pdf
4. F. Freidenberg, 2007:25.
5. D. PECAUT, 2001:20.

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