jueves, 19 de junio de 2014

Editorial A PROPÓSITO DE LIBROS…

Editorial


A PROPÓSITO DE LIBROS…
Por: María Consuelo Caycedo y Consuelo Montaño
Docentes Facultad de Comunicación, Información y Lenguaje
Hace cinco mil años al inventar el lenguaje escrito, los sumerios inventaron el libro.  Los egipcios tomaron de su entorno inmediato el papiro, planta  que crecía a orillas del río Nilo y fabricaron una especie de papel cortado en láminas sobre el cual se podían hacer inscripciones,  enrollar y almacenar con alguna facilidad. Pero el papel como se conoce hoy, se inventó en China algo más de cien años antes A. C.  Tiempo después, en la Europa Medieval se usaron las pieles de los animales, lospergaminos, que se dejaban cortar en cuadros, coser y almacenar; entonces, en los monasterios aparecieron los códices o primeros libros.    

Imagen tomada de: Entre libros y letras

La palabra libro proviene del Latín líber, que hace referencia a la corteza interior de un árbol, que los romanos usaban para producirlos. Hacia 1440, Gutemberg perfeccionó la imprenta, herramienta que facilitó al hombre común el acceso al saber  y en consecuencia, la democratización del conocimiento.
Sin embargo, el libro como objeto histórico, portador del conocimiento que ha preservando la memoria de la humanidad, que ha contribuido a abrir los ojos de los hombres y mujeres que han sido víctimas de la opresión, maltrato, abusos y otras ignominias que solo el ser humano  es capaz de llevar a cabo, también ha sido víctima de persecución y destrucción.
Basta mencionar someramente las quemas de libros llevadas a cabo en China durante la dinastía Qin Shi Huang (212  A C); la destrucción de las obras de alquimia de la biblioteca de Alejandría ordenada por el emperador Diocleciano en 292 A D; la posterior exigencia del obispo Atanasio hecha a los monjes egipcios para forzar la quema de lo que él consideraba escritos inaceptables. La destrucción en la hoguera de más de diez mil libros en España en tiempos de Cisneros (1500), la de Florencia promovida por Girolamo Savonarola  en la que no sólo el fuego destruyó libros, sino muchas obras de arte y es mejor conocida como “La feria de las vanidades”. Próxima a nuestra realidad latinoamericana la quema de los códices mayas junto con ídolos de esta magnífica cultura, por parte de Fray Diego de Landa en Mani  (Yucatán).

Imagen tomada de: Reflexiones de Manuel

La modernidad con todo su desarrollo científico, técnico y tecnológico presenció con estupor la quema de miles de libros judíos en la Alemania de los nazis, Berlín, mayo de 1933. No hay que olvidar la destrucción masiva de libros durante el régimen de Pinochet en el Chile de los años setenta cuando se destruyeron más de 15.000 ejemplares del libro “Miguel Litín clandestino en chile”, escrito por Gabriel García Márquez; la de Argentina en 1980, en los terrenos de Sarandí, durante el régimen militar, cuando se destruyeron un millón y medio de libros. El 25 de agosto 1992 en Sarajevo, durante horas, la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina fue víctima del bombardeo; se perdieron más de dos millones de valiosos documentos y obras de arte.
La historia colombiana tampoco ha escapado al fanatismo: el actual procurador Alejandro Ordoñez, el 13 de mayo  1978, con su propia mano quemó en Bucaramanga libros que él consideraba peligrosos y pecaminosos.
Más aún, el siglo XXI  continúa presenciando este horror. En 2003 la Biblioteca Nacional de Bagdad ardió durante horas víctima del fuego por parte de una multitud enardecida y alienada; el 11 de diciembre de 2011 se redujo a cenizas la Biblioteca de la Academia de Ciencias de Egipto; se perdieron cientos de estudios e investigaciones egiptológicas. Un crimen que por siempre quedará en la impunidad.
No faltan los futurólogos que auguran que el libro digital acabará con el impreso. Eso es lo de menos. Lo esencial es que las mejores ideas de la humanidad se preserven de alguna forma, bien sea en el frágil papel que arde a 451ºF o  digitalizados y conservados en las bibliotecas digitales.
A propósito de lo que pudiera pasar con el libro impreso, aparentemente indefenso a merced de las nuevas tecnologías, comentaba el escritor italiano, Umberto Eco a Jean Claude Carrière, actor, guionista francés y colaborador de Luis Buñuel, en una entrevista publicada por el diario La Nación de Buenos Aires:
“Con Internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer. Para leer es necesario un soporte. Este soporte no puede ser únicamente el ordenador ¡Pasémonos dos horas leyendo una novela en el ordenador y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis! En casa, tengo unas gafas Polaroid que me permiten proteger los ojos de las molestias de una lectura constante en pantalla, pero no es una solución suficiente. Además, el ordenador depende de la electricidad y no te permite leer en la bañera, ni tumbado de costado en la cama. El libro es, a fin de cuentas, un instrumento más flexible”.
Tal vez a esta flexibilidad del libro podríamos añadir la relación erótica que se genera entre las páginas y los dedos y el placer que implica pasar páginas dejando en ellas nuestras huellas digitales, en vez de accionar la ruedita del mouse para seguir la lectura. Carrière trae de sus recuerdos al escritor, poeta y pintor alemán Hermann Hesse cuando decía: "Cuanto más se satisfagan con el tiempo ciertas necesidades populares de entretenimiento y enseñanza a través de otros inventos, más recuperará el libro su dignidad y autoridad... No hemos alcanzado todavía el punto en el que los nuevos inventos rivales, como la radio, el cine, etc., descarguen al libro de esa parte de sus funciones que no merecen la pena".
Por su parte el Nobel de Literatura peruano, invitado especial a nuestro país a propósito de la Feria del Libro 2014,  Mario Vargas Llosa, habló sobre la “muerte” del libro en el VI Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Panamá en 2013, donde lo entrevistó la revista colombiana Dinero:Amenazado por la irrupción de nuevos soportes tecnológicos como el ipad o los teléfonos inteligentes, el libro clásico de papel se encuentra en peligro de extinción,precisamente en un momento donde ha crecido en todo el mundo el número de lectores. Es muy difícil profetizar qué cosa va a ocurrir y si el libro digital va a anular enteramente al libro de papel".
Otra visión, la comercial, apareció en el mismo artículo de la revista cuando Emiliano Martínez, quien fuera vicepresidente de la Fundación Santillana sentenciaba - respecto a las fuentes de financiación de las obras,  el respeto de los derechos de autor (ante la piratería por Internet),  la forma de distribución y la relación entre el lector y el nuevo libro - "La edición digital se nos presenta con unas potencialidades deslumbrantes en una época en que ‘parece evidente’ un incremento de la lectura debido a una mayor educación  por los cambios tecnológicos”.
Las cifras que publicaba la revista Dinero hace cinco años, y cuyas proporciones hoy seguramente no han variado, en relación con las ventas anuales de libros de los siete grandes grupos editoriales del mundo, ascendían a 34.000 millones de dólares, seis veces menos que los 217.000 millones de dólares de Yahoo, Apple y Google.
En ese mismo congreso de la Lengua Española en el que fue protagonista la supervivencia del libro “tradicional”, a pesar de los avasalladores avances del electrónico en la red, remataba el tema con una visión académica, Raúl Padilla, ex rector de la Universidad de Guadalajara, México: "Esa migración (del libro al e-book) no debería sorprendernos, es algo que ya hemos vivido de manera contundente en otras industrias culturales y, por tanto,  deberemos adaptarnos”.
¿Es cierto? ¿Debemos adaptarnos?

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