jueves, 23 de enero de 2014

Artículos A punta de historias se evade el hambre

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A punta de historias se evade el hambre

Por: Angelly Sánchez
Periodismo censura y auto cesura
Docente: Ricardo Cañón
Facultad de Comunicación, Información y Lenguaje




Fotografía: ©CARLOS A. CAMARGO, "reflejo"
Luego de 3 cigarros, 2 tintos y 20 minutos de espera a esa persona que nunca llegó, decido ir a la Plaza de Bolívar para tomar un poco de aire y observar un rato el atardecer. Tras 15 años sin visitarla, la plaza, que ha sido testigo de tantos acontecimientos de importancia para el país, sigue allí incólume, como si el tiempo simplemente no transcurriera para ella. La catedral, como si supiera de mi llegada, hace sonar 5 veces sus campañas a través de sus dos imponentes torres que como si fueran guardianes implacables y celosos custodian  la entrada a la casa de Dios. Me percato que cada una de las entradas laterales cuenta también con un cuidador, dos hombres de mirada noble y serena y vistiendo largas túnicas se encuentran adornando la parte superior de cada imponente puerta, que fácilmente podrían alcanzar los 6 metros de altura. Me pregunto ¿Quiénes son?, pero esto no importa, porque luego de un rato un particular personaje se encargaría de aclarar todas mis dudas al respecto.
Sigo contemplando lo majestuosa que se ve la catedral con la luz de la tarde cuando tuve la sensación de ser observado. Y no me equivoco, un habitante de la calle se encuentra a unos pocos metros de mí, y se acerca a paso lerdo como si llevara un gran peso sobre sí, a pesar de que sólo lleva el de su ropa. Para mi sorpresa no se acerca por dinero, simplemente quiere compartir conmigo algo de “historia patria” que él ha recolectado durante décadas, a través de libros, diarios, conversaciones y vivencias personales y que ha guardado en su memoria como un pirata guarda a su tesoro. Sin que yo se lo pidiera, comienza a narrar como cualquier catedrático universitario, tiene dificultad para pronunciar ciertas palabras debido a la ausencia casi total de dentadura, que es quizás un reflejo de lo sinuoso y empedrado que ha sido su camino por la vida. Estamos aproximadamente a 1 metro de distancia, sin embargo alcanzo a percibir su aliento, es una mezcla entre alcohol y cigarrillo, tal vez de comida pero no logro identificar bien.
“En el año 85, el M- 19 entra al Palacio de Justicia”… sin darme cuenta, hemos dado un salto en el tiempo de más de 400 años, y sigo observando atentamente mientras continúa con su relato… ¿Qué edad tiene?, me pregunto. Su voz es fuerte y vigorosa, podría ser la de un joven, pero los profundos surcos en su frente y ceño derrumban mi hipótesis inicial. Con una chaqueta azul, muy parecidos a los del invierno en Europa, se resguarda del frío que hace en Bogotá, un pantalón gris que de lo sucio parece café, está lleno de agujeros de tanto uso, unos zapatos muy parecidos a las botas militares, me imagino que son esos los que aguantan y guerrean día a día en la ruda ciudad de cemento.
Luego de 10 minutos de narración me doy cuenta que no estamos solos. Un peludo y sucio acompañante también escucha atento la historia de su amo. Su pelo largo y enredado, de color amarillo parduzco le dan un aspecto gracioso y hacen que parezca más un león en miniatura que un perro. Su mirada es apenas más alegre que la de su dueño y además parece encontrarse en mejor estado nutricional que él. Pero es a punta de conversaciones, relatos e historias que este habitante de la calle le hace un gol a todos los días de hambre.

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