martes, 6 de agosto de 2013

Narrativas - EL PREGÓN DE UN AMOR

NARRATIVAS

EL PREGÓN DE UN AMOR
Por: Edgardo Paz
Docente de la Facultad de Comunicación, Información y Lenguaje
 
YO, FELIPA
"Era lo que parecía: un anciano servicial y serio. Tenía el cuerpo óseo y derecho, la piel parada y lampiña, los ojos ávidos detrás de los espejuelos redondos con monturas de metal blanco, y un bigote romántico de punteras engomadas, un poco tardío para la época. Tenía los últimos mechones..." ¡Mama, mama mí!, ¡Mama, mama, mama mí! Irrumpió a gritos Celia, la hermana menor de Felipa. ¡Cállate, por el amor de Dios, no ves que estoy descubriendo el hombre de mi futuro! Nunca nadie antes había descrito a Fela, un hombre tan bien como Gabo, Gabriel García Márquez, Gabo, para sus amigos, en "El amor en los tiempos del cólera"; para ella esa figura escuálida de setenta y seis años era perfecta, incluso más que aquel hombre viejo con alas enormes.

Y es que Felipa era amante de las lecturas del nóbel. Lo descubrió una tarde de junio con tan sólo diez años. Su madre, Rafaela de Jesús de Reyes, le estaba haciendo sus moñitos; dizque para que no se le enredara el pelo y su tía Cruz Perpetua leía en voz alta al último escritor famoso del momento, un tal García Márquez, que impactaba por su vocabulario tan grosero y tan parecido al de ella. Así lo conoció, lo escuchó y quedó prendada. Felipa Reyes, palenquera de nacimiento y con un futuro, más que el del hombre de sus sueños, bien definido: una porcelana, una rodillera y un pregón.

EL INICIO DE UNA HISTORIA
Era el año de 1975. Cartagena madrugaba con el sonido del mar, el vaivén de los almendros y el aletear de las mariamulatas. Todavía se enseñoreaba de ser la heroica, conservaba sus puentes tal y como eran, los laboratorios Román ganaban plata con la Curarina y el pan del momento era el pan Bechara. En esa Cartagena, de sueños y emociones, nació Felipa. Nació con sudor de trabajo, con olor de maní y alegría, con ganas de ser. Nació en el barrio Nariño, el barrio de las palenqueras.

Su madre hacía nueve años que había salido de San Basilio para ir a la ciudad y asentarse allí. Viajar constantemente desde el pueblo a Cartagena y devolverse no era nada grato más cuando el madrugar no era sólo para trabajar sino también para ser madre y esposa.

Fela creció con esa realidad. A las cinco de la mañana, su madre la despertaba, la bañaba y la vestía para ir a la escuela; se quedaba haciendo el aseo y los oficios de la casa. A las seis treinta estaba rumbo al mercado para recoger la fruta que vendería en el día. Caminar por las calles de un corralito de piedra que era como el encierre de todos sus sueños, con calor, con sed y hambre. Volver a la casa, hacer el almuerzo, terminar de arreglar, hacer la cena y echarse a dormir para comenzar una vez más al día siguiente. Y eso, si el marido la dejaba. Los palenqueros permanecen en casa para que cuando sus mujeres lleguen los atiendan en todas las labores del sexo y el amor. El marido no debe estar nunca cansado, debe siempre responder como hombre en la cama.

Felipa Reyes, Fela, la famosa Fela, la palenquera, la niña amante del escribidor no quería pasar por lo mismo. Para ella ese vivir era como una "crónica de una muerte anunciada".

¡PLAAATANITO, AGUACATE, MANGOOO!Afortunadamente pensaba así. Ella vivía el día a día buscando superarse, buscando saber más, buscando a ese hombre de aquella historia que tanto la impactó. Pero igual, no podía, tampoco, negar una realidad. Tenía que trabajar, tenía que ayudar a su madre que tanto luchó por ella, intentando darle una educación.

¡Plaaatanito, aguacate, mangooo! Pregonaba. Gritaba. Vociferaba. Era todo su pulmón, toda su voz en algo que no la apasionaba. Por lo menos hasta ese día. Ese día, que iba caminando por la calle de Tumbamuertos. Ese día que sentía que algo le iba a suceder. Y así fue. Serio, servicial, derecho, piel parada, lampiña, espejuelos redondos en metal y bigote romántico. Allí estaba, frente a ella, su hombre, su futuro. Sacado del libro de García Márquez.

Ildefonso Miranda Salgado. Setenta años. Pensionado de las Empresas Públicas de Bolívar. ¡Qué más pedir!. Sus ojos negros encendidos brillaron, sus anchas caderas bailaron, sus gruesos labios, secos y jipatos, se enrojecieron y humedecieron, sus oscuros, pero oscuros pómulos negros se sonrojaron. Felipa Reyes de Miranda porque así tenía que ser según la ley divina y ella así lo quería, quedó enamorada. Felipa Reyes de Miranda. De Miranda, que lindo se oye, pensó, mientras le escuchaba hablar con un amigo y le despachaba una ensalada de frutas tal y cual él la había pedido: "...con todas las de la ley, mi negra".

Cuatro meses más tarde, con dieciocho años cumplidos la iglesia de María Labaja celebraba el matrimonio de la pareja. Él, del cuagro Paraíso, y ella, por descendencia, del cuagro La Estrella. Se unían, él un palenquero de nacimiento con ella, una palenquera de profesión. Tuvieron cinco hijos, dos ya murieron, qué curioso el cólera los mató. Fela cree que el destino le cobró lo que le dio. Su historia hecha realidad. Sin embargo, desde el momento del casorio y frente a tanta felicidad decidió cambiar su pregón. Ahora gritaba ¡Aleeegríaaa, alegría con coco y anís...! No gritaba sólo un producto, gritaba también su ser, su ilusión.

EN SILENCIO
Cada noche, en la tranquilidad de su cuarto Felipa agradecía a su Dios. Él, Ildefonso, le rezaba a su patrón, su patrono San Basilio. Y no importaba a quién rezarle, igual era por la misma felicidad que estaban agradecidos.

Ahora por las mañanas él es quien pela el maíz, hace los bollos, limpia el arroz, pela la yuca, ralla el coco y vigila las ollas y el fuego, porque ella ya alistó a los niños, ya dejó listo el desayuno, ya salió a gritar, a camellar. Qué amor. "Del amor y otros demonios" era ahora, y así sucedió, el destino de esta mujer.

Un jueves de mañanita bajo la sombra del palo de caucho que había enfrente de la casa, Ildefonso murió. Un mordisco de perro al que no le puso cuidado hacía unos meses lo afectó en el corazón y un paro cardíaco acabó con su vida. Fela lloró. Bastante. Aún en contra de su tradición. Según ésta cuando alguien muere hay que festejarlo, pues pasó a mejor vida. Pero ella, siempre alejada de su pasado, sí sintió el peso y el dolor del amor ido.

Durante un tiempo se encerró y no probaba bocado. Hasta que recordó el olor de almendras amargas de los amores contrariados. Olor que sintió esa tarde que lo conoció. Algún día, de algún año, en la calle de Tumbamuertos. Entonces dejó de llorar. Pensó que tenía que ser así. Esa era su historia: un amor en tiempos de cólera, un amor de demonios, un amor de cien años de soledad.

Él "... había gastado mucho dinero, mucho ingenio y mucha fuerza de voluntad para que no se le notara los 76 años que había cumplido el último marzo, y estaba convencido en la soledad de su alma de haber amado en silencio mucho más que nadie jamás en este mundo", pensó. Y sí, Felipa Reyes de Miranda comprobó, al igual que Florentino Ariza, el protagonista del libro de Gabo, que el amor es para toda la vida. Porque en silencio también ella amó. Y en silencio se sienten las pasiones, fuertes, ráudas, altivas, con son, así, igualitico, y de eso no hay la menor duda, a como una palenquera hace su pregón.
¡Plaaatanito, aguacate, mangooo!



En memoria de Felipa Reyes, la palenquera amiga de mi familia y amiga personal.

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